Explicaron rabinos de diferentes comunidades, que coinciden en que si bien el festejo tiene su epicentro en la liturgia, las cenas del 25 y 26 de septiembre están cargadas de un gran simbolismo que convoca a las familias a reunirse.
A diferencia de Pesaj (Pascua Judía), Rosh Hashaná -que corresponde al inicio del año 5775- invita en vez de “a tirar papelitos, a guardarlos y ordenarlos para un nuevo comienzo”.
“Rosh Hashaná es la oportunidad para un balance del alma y una evaluación de la existencia y junto al Iom Kipur, Día del Perdón, que se celebra diez días después, nos enfrenta a nuestro propio destino”, dijo a Télam Darío Feiguin, rabino de la comunidad Bet Hilel.
Por esa razón, “a ambas celebraciones se las denomina ‘días terribles” (iamim noraím), desde la perspectiva del sentido de la existencia”, señaló Feiguin, quien estará al frente de las celebraciones del Seminario Rabínico Latinoamericano “Mashall T. Meyer”, ubicado en el barrio porteño de Belgrano.
El nuevo año judío tiene cuatro acepciones: Rosh Hashaná, que refiere al día de la creación; Iom Ha Din, que se basa en la idea teológica de que mujeres y varones son juzgados por sus acciones; Iom Ha Zikarón, que remite al recuerdo del propio ser y Iom Truá, que alude al despertar de la apatía para asumir las propias elecciones.
“Para despertar se hace sonar el ‘shofar’, un cuerno de animal que simboliza el arrepentimiento, para que después de esa revisión podamos tomar las riendas”, explicó el rabino, quien agregó: “A diferencia de otras festividades, el epicentro de Rosh Hashaná no es la casa sino la sinagoga donde con plegarias y cantos se busca renovar la esperanza para el renacer del ser”.
El nuevo año en el calendario hebreo comienza a partir del ocaso de hoy y culmina con la puesta del sol del día siguiente, en el mes de tishrei (septiembre-octubre).
Rosh Hashaná abre un proceso de “íntima introspección, para pensar en lo andado, desechar lo que avergüenza e incorporar lo que nos enorgullece”, reflexionó la rabina de la comunidad Bet-El, Silvina Chemen, quien comparó: “A diferencia del año nuevo gregoriano, que es una fiesta explosiva que invita a tirar papelitos, Rosh Hashaná convoca a revisar los papeles, ordenarlos y guardarlos”.
Es una celebración que sugiere “meterse para adentro. Y cuando uno vuelve a casa es bueno compartir esa experiencia con la familia. Más que en ninguna otra festividad, en Rosha Hashaná nadie debería quedarse solo”, convocó la rabina.
Así en la mesa de amigos y familiares no faltarán el pan, el vino, la luz, la cabeza de pescado y la manzanas con miel, además de los knishes, falafel, bohíos de verdura, pleztalej con pastrón, entre otras comidas típicas, que pueden variar según el origen ashkenaz (alemán) o sefardí.
La luz de las dos velas que coronan todas las festividades “habla de que la santidad de este tiempo está muy lejos de la oscuridad; y el vino, está asociado a la alegría que es propia de la santidad. La manzana, fruto de la naturaleza, y la miel, surgida del trabajo de las abejas, nos dan ambas la dulzura que nos hace falta para la vida”, explicó la rabina.
Mientras que la cabeza de pescado “representa el comienzo y la parte más importante, la que nos recuerda que no tenemos que doblegarnos”, añadió.
“Se bendice el jalá agulá (pan), que en esta festividad serán trenzas en forma circular, para simbolizar lo que para nosotros es el concepto cíclico del tiempo y de la vida. La idea de lo circular nos hace retornar a nuestro proyecto inicial del que solemos alejarnos en el fragor de la vida”, añadió Chemen.
La rabina compartió con Télam que “cuando uno es conciente de la circularidad, logra tener paciencia, sabe que las cosas pasan y vuelven a pasar, y eso le permite sostenerse en el círculo en el que a veces las cosas están arriba y a veces abajo; por eso aceptamos tanto los momentos difíciles como los buenos. El que vive en línea recta vive la tristeza y el dolor en dirección al abismo: no hay salida”.
Fuente: Rosh Hashaná: un encuentro personal e íntimo que se completa en la mesa familiar