La propuesta del gobierno y la ley sancionada por el Congreso Nacional decretando el 24 de marzo como “Día Nacional de la Memoria por la Verdad y la Justicia”, vino a recordarnos que hay cuestiones de nuestra historia reciente que condicionan inevitablemente nuestro futuro. Y nadie más que nosotros debe y puede buscar las respuestas a esas cuestiones.
No cabe duda de que los pueblos, igual que los individuos, necesitan elaborar sus experiencias traumáticas, encontrando en ellas elementos que les permitan proyectar y proyectarse en el porvenir. Y quizás, porque el hombre es el único animal capaz de tropezar dos veces con la misma piedra, es que necesitamos mantener presentes los resultados de nuestras experiencias pasadas.
Existe, sin embargo, una diferencia importante entre el recuerdo individual y el recuerdo colectivo. La vida de los pueblos se extiende más allá que una generación. Nos alcanza desde el pasado y se prolonga indefinidamente hacia el futuro. Y cada generación, no sólo tiene derecho a recibir la experiencia acumulada tiempo atrás, sino que, además, está obligada a participar de la construcción colectiva de la memoria.
Sería una necedad negar la complacencia y adhesión de muchos sectores con el golpe militar de 1976. No reconocer el importante papel qué jugó la sociedad civil en esos años. Sin la legitimidad de nuestra sociedad no podría ni haber empezado ni perdurado. Entonces, es de suma importancia reconocer el rol de la misma dentro de un Estado. ¿Hubo un Estado Argentino? ¿Dicho Estado poseía continuidad con el anterior? Volvemos al origen, a preguntarnos ¿qué es un Estado? ¿A quienes representó ese Estado militar? Si fue al conjunto de Argentinos, entonces ¿cuál fue la participación de la ciudadanía? Preguntas sin respuestas, pero que el rol de la sociedad fue clave para comprender que un Golpe de Estado ilegal posea legitimidad durante tantos años.
De igual forma, es imposible no reconocer la existencia y el accionar de grupos guerrilleros organizados, que sirvieron de excusa para que los militares se alzaran con el poder aquel 24 de marzo. Pero, pretender repartir en partes iguales los horrores de aquel tiempo, es una actitud simplista y engañosa.
Alguno podría pensar que si ya transcurrieron treinta y tres años, ¿Por qué mantenemos tan vivos esos años de horror? ¿Por qué conservamos ese pasado insepulto? ¿Qué nos impide elaborar este duelo? Y la respuesta también está treinta y tres años atrás, porque fueron precisamente los ideólogos y artífices de la dictadura los que se encargaron de proyectar hacia adelante el horror. Fueron ellos los que hicieron, con sus “desaparecidos”, que no se pueda olvidar. Ellos dejaron hijos sin padres y padres sin hijos. Ellos pretendieron cambiar la identidad de las personas. Ellos los que violaron sin límites los derechos humanos, siendo ciegos a las medidas establecidas por la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
No tener historia, es como mirarse en un espejo roto. En esa fragmentación se intuyen partes, pero, hay una inevitable pérdida de sentido. Sólo a partir de la verdad y la justicia es posible reconstruir la desgarrada trama social. No se puede proyectar y edificar un futuro sobre la endeble base de un olvido forzado que nos impida reconocernos. Pretender hacer “borrón y cuenta nueva” es negar nuestra participación en el proceso de elaboración de la conciencia social.
¿De qué manera, entonces, recordar la tragedia? ¿Acaso lo que pasó no es una parte de nosotros? Los libros de historia que se escriban ¿podrán obviar la dictadura más cruel que soportó el país en el siglo XX? Promover instancias de reflexión en la escuela fué, contra lo que sostienen algunos, un acierto. Los que creen que repensar el pasado no es bueno, no hacen más que confirmar que algunas ideas rectoras de la dictadura, aún están vigentes.
La escuela es, o al menos debe ser, el ámbito natural para reflexionar acerca de las cuestiones que nos definen como país. Que mejor, entonces, que el espacio escolar para pensar en qué pasó, en por qué y cómo pasó. Sin duda, todos aquellos que, en algunos años, deban proyectar y decidir sobre nuestro destino, dispondrán de más elementos para analizar y modificar la realidad.
Quien haya visto la película Perfume de mujer, tal vez recuerde una de las últimas escenas donde, Frank Slade, protagonizado por Al Pacino, confiesa que en todas las encrucijadas a las que había llegado en la vida, jamás dudó sobre cuál era el camino correcto, pero que nunca lo siguió, porque era demasiado difícil. Hoy nosotros tenemos nuestra propia encrucijada. Debemos elegir y no hay dudas de que el camino de la verdad es el más difícil. Pero seguramente es el que dará mejores frutos porque, como dice aquella frase siempre vigente, “los pueblos que olvidan su historia están condenados a repetirla”.
Discurso escrito por nuestra Prof. Analía Meana.